A cara o ceca con monedas de cartón

Libro: Bailar junto a las ruinas (2017)

Son esos días en que una botella vacía es
una brújula señalando el norte a los que
esperan llegar al aeropuerto de la intuición.

Son esas tardes en las que el amanecer es
un sueño lejano, y el alba un viaje sin retorno,
donde colisionan respiración y presentimientos.

Son esas noches donde llueven cicatrices extranjeras, 
se besan al azar fotografías y
se recuentan las sílabas de los estremecimientos.

Son esas semanas de envenenar sombras,
de disolver en el aire lo incomprensible,
de apostar a cara o ceca con monedas de cartón.

En lugar de ondear banderas, hay quien prefiere 
capturar relámpagos en un block cuadriculado…

Son esos octavarios que resplandecen como balas
que se desangran en ríos de inútiles verdades,
en el disímil territorio de las pesadillas previsibles.

Son esos meses de hacendar carcajadas de
cabellos perfumados, de guardar decímetros de
dicha para tiempos menos esbeltos.

Son esos trimestres de mañanas afiladas por
ambos lados, donde un campanario exhibe suturas 
como límites, obsequio de los siglos de los siglos.

Son esos años de argumentos filosóficos más
confusos que socráticos, de expropiar el lenguaje
que predica caminos alternativos a la devastación.

Hay quien prefiere aluzar el fondo del espejo
con el opaco brillo de un corazón de barro…

Son esos lustros en que unas hileras
mal acomodadas de entusiasmo son
lo único que nos pertenece en este mundo.

Son esos septenios donde los perros
ladran fascículos coleccionables, de damajuanas 
abarrotadas de medallas de oro falsificadas.

Son esos decenios en los que el destino
derrama melodías, donde la caligrafía de las
emociones escupe letras hambrientas.

Son esos quindenios de volver sobre el álbum
de siempre, de asentirle a las imágenes,
de regalar sonrisas tibias en forma de ladrillo.

Hay quien prefiere naufragar en un espejismo,
teñido de un decoro con faltas de ortografía…

Son esos decalustros, crisantemos pisoteados por 
agrónomos borrachos, recital de eventualidades 
desnudas, ojos de cíclope, manos de odontólogo.

Son esos siglos de soñar con golondrinas
sin verano sobre renglones arqueados, saboreando
el filo del helado corazón de los puñales.

Son esos milenios de sabernos espectadores, 
desplumar altercados prehistóricos y diurnos, de
ansiar tapar el cielo con paladas de somníferos.

Son esas eternidades de escupir uvas y
salvoconductos, de llegar hasta el fondo de la
cancha y tirar un centro repleto de demagogia.

Hay quien prefiere colgar un reloj en el margen 
derecho del resplandor de una ciudad sin tiempo…

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