Un cuento de Shiro Dani

No era un escritorio al uso, sino la tapa de algún mueble usada como mesa. Lo recuerdo en mi casa desde siempre. Estaba muy desgastado y sobre la tapa había letras y palabras marcadas, hechas seguramente en momentos de aburrimiento al hacer los deberes o en los que me quedaba por un instante pensando en cualquier cosa.
Pasar por la superficie de esa madera la mano ahora, 40 años después, y especialmente sobre esas marcas, me ha hecho recordar una tarde muy especial...
Escribía una carta de amor. En ella hacía saber a quién iba dirigida, que entendía bien, que lo nuestro era un amor imposible. Intentaba decir sobre un papel lo que no me atrevía a decir cara a cara.
Al terminarla, la metí dentro de un sobre con su nombre y le puse colonia de mi hermano. La mía era demasiado infantil. La guardé en la cartera del colegio y, al terminar de beberme el vaso de leche, me fui corriendo. La tuve en el bolsillo todo el tiempo, pues no encontraba el momento de dársela sin que nadie me viera. Se acercaba la hora de salir y la carta aún estaba en mi bolsillo.
Era el último día de colegio y pasaría mucho tiempo hasta que volviésemos en septiembre e incluso, seguramente, no iría con ella. Tocó la campana de salida y los nervios se apoderaron de mí... Me empezaba a dar vergüenza mi cobardía. ¿Qué podría pasarme? Total, no es nada malo declararse y encima podría ser que dijera que sí, aun sabiendo que había muchas cosas en contra... (Sí, así de iluso era). De repente, se me ocurrió una idea.
Ya no había casi nadie en la clase. Solo quedábamos unos pocos niños corriendo por las mesas. Me acerqué a donde estaba ella recogiendo sus cosas y le dije:
A alguien se le ha caído este sobre al suelo y como tiene su nombre, Seño, imagino que será para usted.
Se la dejé sobre la mesa y salí pitando de allí por si la abría.

Shiro Dani. Café con vistas. Ed. Babilonia, 2017

Extraído de http://vocesdelextremopoesia.blogspot.com.ar

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