Rumorología

Libro: Bailar junto a las ruinas (2017)

Partidario de la impersonalidad,
dejó una flor de plástico ante sus pies.
Ella, que tres minutos antes solo
fotografiaba goteras en los palacios
envolvió ese momento, para intentar
conservarlo el mayor tiempo posible.

Él no lograba rememorar que herética
melodía se filtraba por las paredes que
dividían sus tonterías de sus imbecilidades.
Ella, dolorosamente intocable, con sus
complejos de cojines agonizantes, fisgoneó
en su bolso, rastreando una risa tardía.

La rumorología de las bocas que adulteran un
trozo de vida malvivida, hace tiempo extraviado,
dirá que se desprogramaron, se aflojaron un par
de tornillos; y recién salidos de la estantería
de los que se acaban de caer, les leyó el código
de barras del futuro una caja registradora analfabeta.

Eran dos insignificantes divergencias subatómicas
girando en un universo colapsado, intentando
no asemejarse a la dupla protagónica de una
película muda y de ilusiones en blanco y negro.
Lucharon por invertir su tiempo en algo más
productivo que dispararse estereogramas.

Fueron cicatrizando penitencias, armándose
de osadía, escalando lágrimas bajo fianza,
olvidando su alter ego en autopistas despeinadas.
Todavía no era el momento de
aceptar que cuando se empaña la
madrugada baraja comodines estrafalarios.

La rumorología y su inverosimilitud suprema
dirá que quizá haya restos de heroísmo
interpolados en el bolsillo de esta narración,
aunque puede que sea cierto que detrás de
una leyenda dudosa se esconda un rayo que
expulsa un díptico de puntos suspensivos.

Un exilio comenzó a diseminarse por
la enésima bifurcación de un final
marcado con violeta en el calendario.
Y se fueron acostumbrando a convivir
detenidos en medio de una tregua, a
orillas de un mar de aguas solitarias.

Él ya no supo cómo desenredar
las estrellas de su pelo. Ella
adquirió el hábito de oscurecer
en plena tarde, rogando que
la noche no fuera otra vez
una maleta de ofrendas encharcadas.

La rumorología de los barrios de sombreros
amotinados y abanicos de nombres furiosos
dirá que consumieron con melancólica elegancia
lo que les permitían las pequeñeces de la vida.
Y enunciarán que hasta una frívola ilusión
se termina volviendo inapelable.

Él no pudo percatarse a tiempo que la
sombra de su sonrisa comenzó a caminar
sobre un jardín de botellas de vidrio partidas,
y ella comenzó a actualizar sus indecisiones
como quien se pone una campera
después de tomar una cucharada de vinagre.

Un día como cualquier otro, olvidada la
contraseña que les permitía acceder a la
hazaña de soñar despiertos con el cuerpo dormido,
se desearon buena suerte en el destierro
y marcharon a contar las grietas de la única
habitación de su mundo en miniatura.

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