Domesticar un corazón es maltratarlo

Libro: Bailar junto a las ruinas (2017)

Vos estarás subiéndole el volumen a tu
fragilidad, mientras despuntarás el recuerdo de
aquel tiempo en que siempre encontraba
refugio en el vientre de tu insomnio.

Y yo aquí, espejismo de una cohorte en
retirada, tan distraído por pensarte que acabo
de barrer una parte de mi sombra,
desconfiando de mi selectiva forma de olvidar.

Los dedos tensos de los soñadores
de imposibles se olvidaron de insinuar
que domesticar un corazón es maltratarlo.

Vos estarás en tu gemebunda realidad,
viendo la tarde desembocar en un desfile
de exprimidas reverencias ante la triste
imagen de las magnolias congeladas.

Y yo aquí, como pozo de otro
sapo, polímata de saberes secundarios, frotándome
la frente con el recuerdo de un
café anémico consumido en una ciudad lejana.

Cada vez que firmo a deshoras el contrato
con una lágrima de arena,
cumplo tres años por minuto.

Vos estarás dejándote madrugar por
un desinterés de risa forzada, con el
apuro de los que no van a ninguna parte,
transformando la incomprensión en opresión.

Y yo aquí, haciéndome el despierto,
enhebrando una oscuridad
innominada, desdibujando sistemáticamente
mi destino con gesto ceremonioso.

Es tan pesada la carga de
lo que siento, que los versos
se me caen de las manos.

Y vos, Galatea de melancólicas facciones,
estarás frunciendo el entrecejo con organizada
perseverancia, queriendo fabricar un azar
que obedezca a las líneas de tus deseos perezosos.

Y yo aquí, puliendo esta forma tan
mía de darme la cabeza contra un muro,
haciendo una parodia de “Bailando bajo
la lluvia”, justo debajo del diluvio universal.

Cuando se desestiman las dimensiones
del aburrimiento, cada hora es un
bofetón que carece de franqueza.

Y vos estarás cantando 33 a las
navajas, pisando hipocondría en la oficina, lustrándole 
la caspa a la osadía de contar
las heridas como quien tacha un calendario.

Y yo, sin mí, concentrado en mi afición
de quebrar ritos y escarbadientes, enviudando
de adjetivos traspasados por flechas oxidadas, 
deshilachando los más furtivos sentimientos.

¿Ese vaso caliente donde se ahoga el
tiempo detenido no viene acaso a decirnos que
somos un cofre repleto de revelaciones imposibles?

El martes juega ya su tiempo de
descuento, y yo entro a mi vida
por la puerta de servicio. Tengo la
teoría de que nunca quisimos liberarnos de
nuestras culpas, y por eso jamás entendimos
que la felicidad es un acto fallido
que esperamos como un aguinaldo, ejerciendo
de sombras en penitencia contra la pared.

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